Sexo sin placer: ¿por qué ya no sentimos nada?
Hay un tema del que nadie habla.
Ni entre amigas. Ni en voz baja. Ni con nosotras mismas.
Y sin embargo, muchas lo vivimos cada día.
Sobre todo si trabajamos con nuestro cuerpo,
si la sexualidad es parte del oficio,
si la piel es herramienta,
y el placer… un lujo que a veces ya ni recordamos.
Es simple, directo y jode:
¿Por qué el sexo, que debería ser fuego, piel, deseo,
se siente como una coreografía vacía?
Sin chispa. Sin goce. Sin alma.
No, no es frigidez.
No es que “te falta feminidad”.
No es que “no te gustan los hombres”.
Es más profundo:
Cuando el sexo se convierte en rutina, en protocolo, en faena…
algo dentro cambia.
La sensibilidad cambia.
La forma de conectar, también.
Si alguna vez te preguntaste:
“¿Por qué no siento nada, si se supone que debería disfrutar?”
seguí leyendo.
No estás sola.
Y no estás rota.
No sentís… porque aprendiste a no sentir
La primera verdad, y duele:
Nos entrenamos para apagar el cuerpo.
Sin querer, sin notarlo, sin drama.
Sólo… aprendimos.
Cada vez que el deseo fue malinterpretado,
cada vez que mostrarse vulnerable fue usado en tu contra,
cada vez que sentir significó dolor…
tu cuerpo se fue desconectando.
Y ahora, él está ahí, presente,
pero vos ya no estás dentro.
Hacés lo que hay que hacer.
Sos linda, sexy, profesional, exacta.
Pero por dentro... estás ausente.
La luz está apagada.
El sexo dejó de ser personal… y se volvió trabajo
El problema no sos vos.
Es la estructura. El entorno. La forma.
Cuando el sexo es parte de la rutina laboral,
es como ser chef y cocinar sin probar un solo bocado.
Todo está bien hecho:
Las poses, los gemidos, los movimientos, el ritmo.
Pero no es para vos.
Es para cumplir. Para complacer. Para terminar.
No hay deseo.
No hay juego.
No hay magia.
Sólo una función que sabés interpretar con los ojos cerrados.
Pero el placer…
el verdadero…
ese no acepta guión.
El placer necesita seguridad. Y vos no tenés tiempo para eso
Nadie te lo dice, pero es así:
Para sentir de verdad, tenés que relajarte.
Y para relajarte, tenés que confiar.
Y para confiar… tenés que sentirte segura.
Pará. Pensá.
¿Cuándo fue la última vez que te sentiste segura de verdad en la cama?
No hablo de control. Ni de saber lo que hacés.
Hablo de estar tranquila, cuidada, contenida.
Porque si tu sistema nervioso está en alerta,
el placer no tiene por dónde entrar.
Aunque la persona sea buena gente, te pague bien, sea amable —
tu cuerpo sabe: estás trabajando.
Y cuando trabajás… no podés soltar.
Te fuiste de tu cuerpo, sin darte cuenta
Muchas veces el sexo pasa…
pero vos no estás.
Tu cuerpo se mueve. Tu cara reacciona.
Pero vos estás lejos.
Observándote desde arriba.
Analizándolo todo.
¿Estoy haciendo lo correcto?
¿Estoy bien parada?
¿Se nota que no estoy sintiendo nada?
¿Ya debería terminar esto?
No estás en tu cuerpo.
Estás en tu cabeza.
Y eso desconecta.
Mata la posibilidad de goce.
Porque en vez de preguntarte “¿qué siento?”
te estás preguntando “¿cómo me ve?”
El sexo aumentó, pero el deseo bajó
Hay un mito:
que mientras más sexo tenés, más deseás.
Pero cuando el sexo no es por placer,
pasa justo lo contrario.
Tu cuerpo empieza a asociar sexo con obligación.
Sexo con entrega vacía.
Sexo con desgaste.
Y se protege.
Te apaga el deseo. Te anestesia.
No porque estés rota.
Sino porque estás exhausta.
Incluso si llega alguien lindo, sano, real —
tu cuerpo ya no reacciona.
El sexo, para vos, se volvió cosa de otros.
¿Se puede recuperar el deseo? ¿O ya es daño profesional?
Sí, se puede.
Pero no es con ellos.
Es con vos.
No todas están listas para eso,
pero si alguna vez pensaste:
“Me olvidé cómo se sentía querer de verdad” —
entonces capaz es momento de volver a casa.
Acá te dejo un par de puertas por donde empezar.
1. Sacá el sexo de tu agenda
Si podés, tomate unos días sin contacto físico.
Sin compromisos.
Sin forzar nada.
Un detox de piel y pantallas.
Dejar que tu cuerpo respire.
Que vuelva a ser tuyo, no de los demás.
2. Practicá sentir — fuera de la cama
No es solo el sexo el que se volvió mecánico.
Es tu día a día.
Empezá por lo simple:
sentí la textura de las sábanas,
el olor del café,
el viento en la cara,
la música que te gusta.
El goce empieza por ahí.
Por volver al cuerpo.
A la piel.
Y cuando reconectás con eso,
el deseo también vuelve.
3. Regla de oro: si no tenés ganas, no lo hacés
Suena obvio. Pero no lo es.
Nos acostumbramos a decir “sí” por mil razones.
Probá decir “no”. Incluso cuando te lo decís a vos misma.
No por culpa.
No por miedo.
No por “bueno, total es rápido”.
Si no hay ganas — no hay sexo.
Y eso, por sí solo,
te devuelve algo que perdiste hace rato:
el control sobre tu propio deseo.
4. Si tenés pareja — contale la verdad
Si hay alguien en tu vida con quien sí querés compartir,
no lo excluyas.
Él ya debe sentir que no estás del todo.
Mejor decírselo con honestidad.
Contale:
“No estoy conectada. Mi cuerpo está, pero yo no.
No quiero fingir.
Quiero volver a sentir. Sin presiones. Sin apuros.”
Si es maduro — va a entender.
Y si no… bueno. Eso también dice algo.
No estás rota. Estás cansada.
No sos fría.
Ni disfuncional.
Ni “menos mujer”.
Sos una mina que aprendió a desconectarse para sobrevivir.
A entregar sin habitar.
A moverse sin estar.
Porque así lo exigía el entorno.
Porque no había opción.
Pero si un día querés volver…
Volver a sentir, a desear, a gozar —
podés.
De a poco.
Sin prisa.
Sin forzarte.
Un paso.
Hacia vos.
Hacia tu piel.
Hacia lo que todavía está vivo adentro.
Te lo merecés.
Aunque el laburo te haya hecho olvidarlo.
